domingo, 24 de mayo de 2015

BARES, QUÉ LUGARES de JESÚS BARROSO

En su segundo poemario, Jesús Barroso convierte “un revuelo de papeles/ un desorden de negro sobre blanco” en una invitación al lector a pasear  por bares y tascas de medio mundo. Y en este recorrido caben tabernas reales, ficticias y hasta endecasílabas, desde una pequeña “taberna de cante y vino blanco” en Jódar, hasta el bar de un hotel de lujo de Río de Janeiro. En esos templos laicos en los que en lugar de arrodillarnos nos acodamos, hay un lugar reservado para todos nosotros. Porque en los bares puede haber un momento para la celebración y otro para la queja (“los credos del mercado y de la banca”), para el retrato social y para la amistad. Hay bares donde se reúnen “bebedores solitarios”, y otros donde vemos juntos a “maestros y aprendices”. Tabernas habitadas por fantasmas, en las que se siente la “nostalgia de vidrios en la barra”. En Estambul, encontramos reposo “cruzando el puente sobre un mar que no parece”. En París, nos asaltan recuerdos de la ocupación. Y en Madrid escuchamos “jazz mestizo y viajero”. Hay bares que pueden funcionar como oficina de correos, como tienda de ultramarinos o como ágora. Bares en los que sigue viva la tradición, en los que “cuando muere un anciano/se cierra una biblioteca”. Tabernas infernales, sacadas del recuerdo de los ochenta, años en los que la heroína era una plaga de “vejez adelantada”. Un bar puede ayudar a recordar el exilio de Sefarad en Toledo, pero también hay otros en los que nos encontramos de frente con el olvido impuesto por el Alzheimer. O encontrar el verso perfecto en Bruselas (“la variada oferta de cervezas”). 
Alzo mi copa y brindo por este libro que se bebe.

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