El autor de Nadie conoce a nadie
publicó en 2000 este conjunto de catorce relatos en los que encontramos el
punto de conexión en Los abismos
cotidianos, en esos fantasmas que teje La
mentira de la costumbre y nos persiguen hasta la muerte (Polvo eres). Como ocurre con los
ancianos habitantes de una pequeña aldea que rezan para que les caiga encima un
cohete espacial y así poder huir del tedio y la pobreza con la indemnización de
la NASA, o a los concursantes de televisión que se juegan la vida en La ruleta rusa ante una audiencia
hipnotizada. Como el hombre que vende su alma al diablo a cambio de volver a
tirar un penalti que falló en la final del campeonato escolar, o el joven
prometedor que tras publicar su único libro sufre un feroz ataque de las palabras
que escribió y no descansa hasta que destruye su obra.
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