jueves, 21 de junio de 2012

DIVIDE Y VENCERÁS



Divide y vencerás, dijeron los que manejan el cotarro. Y nosotros, obedientes, mordimos el anzuelo que cebaron con la discordia entre iguales. Al menos, eso es lo que parece a tenor de los debates estériles de barras de bar y redes sociales entre caínes y abeles a los que asisto perplejo y mudo de incredulidad. Duelos a espada entre autónomos y funcionarios. Combates de boxeo entre trabajadores por cuenta ajena e interinos. Tiroteos entre desempleados de 40 y becarios de 30. Clase media en descenso contra clase media en descenso. Mileuristas venidos a menos contra mileuristas venidos a menos. Evitamos mirar hacia arriba por temor a que nos duelan las cervicales. Es mejor mirar al frente o a los lados para encontrar rivales de nuestra talla. Chupatintas discutiendo contra mercachifles. Bajitos y enclenques dándose empujones.
Porque la culpa de la crisis no pueden tenerla los gobernantes ineptos ni sus cómplices de la oposición. Qué importancia puede tener que el comportamiento de nuestra clase política (los de un lado y los del otro, y hasta los de otros) cuando no es corrupto, carezca de ética (e incluso de estética). Qué tendrá que ver que tanto los altos cargos de la administración pública como los engominados ejecutivos de la privada cobren sueldos de vértigo a cambio de inventarse cargos intermedios a los que endosar su trabajo y sus responsabilidades. Cómo van a ser culpables de la situación económica los ricos que evaden impuestos y capital a paraísos fiscales (hasta el punto de que en Suiza se planteen fijar el salario mínimo interprofesional en la módica cantidad de 3.500 euros mensuales). Qué daño puede hacer que los directores generales se lleven bajo el brazo indemnizaciones millonarias o que el yerno del rey engorde sus cuentas bancarias con dinero público y privado. Dirá más de uno que con todo ese dinero se saca de la crisis a España, a sus comunidades autónomas y hasta a Portugal. ¿Y qué? Es mucho más útil medirse con el vecino de nuestro mismo tamaño que ir de quijotes y estrellarse contra molinos o rascacielos.
Entre tanto, los que manejan el cotarro se retuercen de risa sentados en sus cómodos sillones forrados de cuero, viendo como nos sacamos los ojos perdiendo así el sentido de la vista y dando palos de ciegos que acabamos recibiendo nosotros mismos, mientras ellos nos recortan derechos, servicios, poder adquisitivo, días de vacaciones y hasta libertades, si hubiera menester. Eso sí, sin perder sus sagrados privilegios. Sigamos atacando a Abel con saña homicida, no sea que a los dioses de la economía les dé por perjudicarlo menos que a nosotros.
Hasta que no comprendamos que divididos somos carne de derrota no aprenderemos que la unión hace la fuerza.

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