Cuando el lector ve el nombre de José Liger Burgos
impreso, no puede evitar pensar en su única y póstuma novela, El Personaje Omnisciente, ni, por
supuesto, en las extrañas circunstancias que rodean su muerte, aún no resuelta
por la policía. Con estas páginas, mi intención no es otra que arrojar luz
sobre ésta, a sabiendas de que la clave para desentrañar el misterio está, como
adivinarán sus lectores, encerrada en los dos últimos capítulos de su novela.
De todo el mundillo literario es conocido que la
bien ganada fama de José Liger Burgos nace con sus agudos ensayos, muchos de
los cuales, son hoy de consulta obligada en las mejores universidades.
Especialmente su conocida trilogía hispanoamericana: La locura como fórmula de sistematización en Sábato; Carpentier y
García Márquez, Los Pasos Encontrados, y, por supuesto, Borges; El escritor demiurgo. En
cualquier caso es importante reseñar que siempre evitó la ficción, pese a
poseer, como podemos corroborar sus compañeros de estudios, un espíritu
altamente creativo. Su huida de la ficción comenzó en su etapa como estudiante
universitario, lo que me contó confidencialmente en una confesión que en su
momento no supe entender en toda su dimensión.
Me contaba José que siempre había sentido la
necesidad de escribir una novela que reformulara el género en lengua
castellana. Una especie de Ulysses
del siglo XXI, pero que siempre se topaba con el mismo problema. A mitad de la
novela, sus personajes acababan cobrando vida propia y se rebelaban contra el
totalitarismo omnisciente del narrador, al que indefectiblemente asesinaban,
creciendo a partir de este momento el relato de forma caótica y caprichosa,
según el deseo de los personajes que consiguieran adueñarse del papel del
narrador, aunque solo fuese de manera temporal. Había probado con todo tipo de
narradores. El narrador parcial se mostraba débil desde el inicio mismo del
relato y era arrinconado, maltratado, vejado y, finalmente, asesinado por los
personajes más fuertes y menos escrupulosos. El narrador testigo también
invitaba al crimen, con mayor celeridad si cabe, al compartir escenas con el
resto de personajes, lo que facilitaba el “narricidio”. Tampoco servía de nada
narrar por medio del monólogo interior, puesto que el pobre narrador era
lobotomizado sin piedad. Ni siquiera el uso de múltiples narradores solucionaba
el problema, muy al contrario lo agravaba, pues devenía en asesinato múltiple.
Ante tal adversidad, José decidió abandonar
definitivamente la ficción para volcarse con éxito en la crítica literaria. Su
inteligencia y su capacidad de diseccionar las obras cual cirujano hicieron de
él una de las voces más autorizadas, sino la más, de todo el panorama literario
actual. No obstante, el anhelo de volcar su creatividad en la ficción nunca
llegó a abandonarlo por completo; hasta que el verano pasado me anunció su
intención de retomar, para su desgracia, el viejo empeño. Creía haber
descubierto la fórmula definitiva para evitar el previsible motín de sus
personajes. Había inventado, decía él, la figura del narrador arquitecto; como
mero soporte de la estructura del relato. Ésta, la estructura, debía tener una
complejidad extrema con el objeto de que el narrador no se viera tentado a
tomar las riendas argumentales de la novela, que descansarían en la figura de
un personaje omnisciente, Andrés, que complementaría la labor narrativa desde
dentro, desde el corazón mismo del relato, pero sin voz narrativa.
El experimento funcionó a la perfección en los
primeros cuatro capítulos; pero, para sorpresa de José, en esta ocasión fue el
narrador el que se rebeló contra la omnisciencia del personaje de Andrés en el
fatídico capítulo cinco, en el que le tiende una trampa mediante una estructura
tan compleja e intricada que Andrés acaba ahogado en una narrativa
caleidoscópica con una apariencia oval que ocultaba las afiladas aristas en las
que acabó perdiendo su ficticia vida.
Pero lo peor estaba por llegar en el definitivo
capítulo seis, que es un juego estructural sin argumento narrativo, un juego laberíntico
en el que el propio narrador se pierde, incapaz de llevar las riendas del
relato. Al final del capítulo, consciente de la imposibilidad de continuar con
el desarrollo de la novela, ataca por sorpresa al autor, al que asesina de
forma despiadada renunciando así a su propia existencia.
El sorprendente desenlace no solo no ha impedido que
esta obra genial de José Liger Burgos se haya convertido en un éxito
incontestable, uniendo a crítica y público en una sintonía hasta hoy
desconocida; sino que ha fortalecido la idea de que El Personaje Omnisciente marcará un antes y un después en la
historia de la literatura universal.
Sin embargo, el cuerpo sin vida de mi amigo José
sobre el manuscrito de su única novela me lleva a pensar que el precio de su
inmortalidad haya sido, tal vez, excesivo.
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