jueves, 12 de abril de 2012

EL PERSONAJE OMNISCIENTE un relato corto de MANUEL VALDERRAMA DONAIRE


Cuando el lector ve el nombre de José Liger Burgos impreso, no puede evitar pensar en su única y póstuma novela, El Personaje Omnisciente, ni, por supuesto, en las extrañas circunstancias que rodean su muerte, aún no resuelta por la policía. Con estas páginas, mi intención no es otra que arrojar luz sobre ésta, a sabiendas de que la clave para desentrañar el misterio está, como adivinarán sus lectores, encerrada en los dos últimos capítulos de su novela.
De todo el mundillo literario es conocido que la bien ganada fama de José Liger Burgos nace con sus agudos ensayos, muchos de los cuales, son hoy de consulta obligada en las mejores universidades. Especialmente su conocida trilogía hispanoamericana: La locura como fórmula de sistematización en Sábato; Carpentier y García Márquez, Los Pasos Encontrados, y, por supuesto, Borges; El escritor demiurgo. En cualquier caso es importante reseñar que siempre evitó la ficción, pese a poseer, como podemos corroborar sus compañeros de estudios, un espíritu altamente creativo. Su huida de la ficción comenzó en su etapa como estudiante universitario, lo que me contó confidencialmente en una confesión que en su momento no supe entender en toda su dimensión.
Me contaba José que siempre había sentido la necesidad de escribir una novela que reformulara el género en lengua castellana. Una especie de Ulysses del siglo XXI, pero que siempre se topaba con el mismo problema. A mitad de la novela, sus personajes acababan cobrando vida propia y se rebelaban contra el totalitarismo omnisciente del narrador, al que indefectiblemente asesinaban, creciendo a partir de este momento el relato de forma caótica y caprichosa, según el deseo de los personajes que consiguieran adueñarse del papel del narrador, aunque solo fuese de manera temporal. Había probado con todo tipo de narradores. El narrador parcial se mostraba débil desde el inicio mismo del relato y era arrinconado, maltratado, vejado y, finalmente, asesinado por los personajes más fuertes y menos escrupulosos. El narrador testigo también invitaba al crimen, con mayor celeridad si cabe, al compartir escenas con el resto de personajes, lo que facilitaba el “narricidio”. Tampoco servía de nada narrar por medio del monólogo interior, puesto que el pobre narrador era lobotomizado sin piedad. Ni siquiera el uso de múltiples narradores solucionaba el problema, muy al contrario lo agravaba, pues devenía en asesinato múltiple.
Ante tal adversidad, José decidió abandonar definitivamente la ficción para volcarse con éxito en la crítica literaria. Su inteligencia y su capacidad de diseccionar las obras cual cirujano hicieron de él una de las voces más autorizadas, sino la más, de todo el panorama literario actual. No obstante, el anhelo de volcar su creatividad en la ficción nunca llegó a abandonarlo por completo; hasta que el verano pasado me anunció su intención de retomar, para su desgracia, el viejo empeño. Creía haber descubierto la fórmula definitiva para evitar el previsible motín de sus personajes. Había inventado, decía él, la figura del narrador arquitecto; como mero soporte de la estructura del relato. Ésta, la estructura, debía tener una complejidad extrema con el objeto de que el narrador no se viera tentado a tomar las riendas argumentales de la novela, que descansarían en la figura de un personaje omnisciente, Andrés, que complementaría la labor narrativa desde dentro, desde el corazón mismo del relato, pero sin voz narrativa.
El experimento funcionó a la perfección en los primeros cuatro capítulos; pero, para sorpresa de José, en esta ocasión fue el narrador el que se rebeló contra la omnisciencia del personaje de Andrés en el fatídico capítulo cinco, en el que le tiende una trampa mediante una estructura tan compleja e intricada que Andrés acaba ahogado en una narrativa caleidoscópica con una apariencia oval que ocultaba las afiladas aristas en las que acabó perdiendo su ficticia vida.
Pero lo peor estaba por llegar en el definitivo capítulo seis, que es un juego estructural sin argumento narrativo, un juego laberíntico en el que el propio narrador se pierde, incapaz de llevar las riendas del relato. Al final del capítulo, consciente de la imposibilidad de continuar con el desarrollo de la novela, ataca por sorpresa al autor, al que asesina de forma despiadada renunciando así a su propia existencia.
El sorprendente desenlace no solo no ha impedido que esta obra genial de José Liger Burgos se haya convertido en un éxito incontestable, uniendo a crítica y público en una sintonía hasta hoy desconocida; sino que ha fortalecido la idea de que El Personaje Omnisciente marcará un antes y un después en la historia de la literatura universal.
Sin embargo, el cuerpo sin vida de mi amigo José sobre el manuscrito de su única novela me lleva a pensar que el precio de su inmortalidad haya sido, tal vez, excesivo.


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