viernes, 24 de febrero de 2012

poeXía




poeXía de Manuel Valderrama Donaire

¿Qué es poeXía?
Poner en verso
Una guarrería.



ODA A LA PAJA

Si hay un poema que define la primera etapa de Manuel Valderrama Donaire, ése es, sin duda, su famosa Oda a la paja. Al igual que el acto de creación literaria, la práctica del onanismo se realiza en soledad; en un estado de recogimiento y privacidad que acerca a su autor a la concepción poética de los grandes místicos de nuestros Siglos de Oro.
Este poema, no sólo ejemplifica y resume a la perfección los grandes temas que vertebran las primeras obras del poeta, también se trata, como no podía ser de otra forma, de su trabajo más “íntimo” y “personal”.

El tacto de la epidermis propia
en su propio epicentro,
el chapoteo vertical
que desciende y asciende
de la copa a la raíz,
del nadir al cénit,
de la cima a la sima,
del averno al cielo.
¡Soy convulsión!
¡Soy volcán!
Y finalmente reposo blanquecino,
viscosa soledad inundando el ombligo.

MUJER CAMINANDO
El poeta sale de su ensimismamiento y descubre que su impulso obsceno encuentra nuevos objetos de deseo. Una mujer caminando es suficiente para despertar su lujuria. Que el lector no se deje engañar por el disfraz del lenguaje poético que, mediante imágenes y metáforas, trata de ocultar el verdadero carácter libidinoso que esconden sus versos. Obsérvese con detenimiento como, al final del poema, el autor se delata, volviéndose a mirar, con pecaminosa indecencia, a la caminante con la que se cruza. Utilizando las sabias palabras de Rafael Azcona, en estos versos se adivina “un contumaz regodeo en la concupiscencia”. 

Sin duda, sufro asfixia de pez
al verte llegar con pasos de río,
sueño con zambullirme en tus ojos
y sobrevolar el cañaveral oscuro de tu pelo
y posarme en el junco flexible de tu sonrisa
con la inseguridad funámbula de las libélulas.

Pero, sobre todas las cosas,
sueño con seguir eternamente
el curso de tu andar fluvial,
cuajado de meandros,
y abonar con mi deseo tus riberas
adornándolas con hiedras y jacintos,
y vestir de nenúfares tus aguas
viéndote cimbrear en ondas tu caudal
mientras te alejas.

¿QUÉ FELACES, AMOR?
Tras unos primeros escarceos literarios en los que el autor se limita a expresar su lado más personal (Oda a la paja), o aquello que le inspira el sentido de la vista (Mujer caminando), la obra poética de Manuel Valderrama Donaire empieza a cargarse de una experiencia sensorial que queda plasmada en trabajos más maduros, en los que traspasa, incluso podría decirse que ahonda, nuevos límites poéticos.

Traspaso el territorio
vedado de tus labios.
Abierto está el cerrojo
albino de tus dientes.
Tu lengua me recibe;
me envuelve en su saliva
el abrazo esponjoso
de tu boca caliente.
Despacio me derramo
en el cáliz sagrado.

ESPELEOLOGÍA

En este poema queda reflejada de manera patente la evolución de la obra de Manuel Valderrama Donaire. Más allá de la obviedad en el cambio de objeto narrativo, que sale del yo poético para enfrentarse al tú; se observa también desde el punto de vista métrico el uso del endecasílabo. Los versos de arte mayor indican, además del patente progreso en el uso de la “lengua”, que su poesía se nos hace adulta.

Cobijado al abrigo de tus muslos
hallo néctar de mar entre tus piernas.
Sacio mi sed antigua, centenaria,
en la boca entreabierta que me ofreces.
Mi lengua exploradora te recorre,
bebe a sorbos nerviosos de tu herida.
Desde el centro de mandos del abismo
con su afilada danza te domina.

SONETO SICALÍPTICO
El camino de clasicismo formal de Manuel Valderrama Donaire se ve culminado en el uso del soneto, forma poética clásica por excelencia. Y no es casual que los catorce versos aparezcan precisamente cuando el aspecto temático alcanza el estado de madurez que cabía esperar hubiera llegado antes. En fin, mejor tarde que nunca.

Me gustan las mujeres verticales,
poder horizontarlas en la cama,
curvar las líneas rectas con la llama
que arruga blancos lechos espectrales.
Me gustan las piruetas corporales
de epidermis ajena que reclama,
que tiembla, que se agita, y al fin brama
danzando entre las sábanas vestales.
Mis manos aletean en sus caderas,
mi boca se derrite entre sus piernas,
mis dedos acarician como fieras
que anuncian la llegada de horas tiernas.
Me rindo y me derramo en su regazo.
Ya queda un solo cuerpo en un abrazo.

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